martes, 1 de marzo de 2016

La Biblia Gaucha


En uno de tantos viajes en tren  me sorprendí con la estrategia de un vendedor ambulante para imponer su mercadería. Un particular interés  revestía esa venta pues el objeto ofrecido era el libro Martín Fierro. Su mensaje publicitario era brevísimo: “El Martín Fierro: La Biblia Gaucha”. Tal conducta lacónica es infrecuente. Todos sus productos tienen para los vendedores ambulantes muchas virtudes y por ello son presentados con enumeraciones tediosas: si es una guia de calles se afirma que se encuentran en ella, avenidas, calles, pasajes, plazas, plazoletas, sucursales de correo, bancos, etc. Si es un diccionario, adjetivos, sustantivos, adverbios, parónimos, antónimos, etc. Acá no: La Biblia Gaucha.
Al llegar a la estación terminal bajamos el vendedor y yo. Me fui acercando para aconsejarle, en un rapto de soberbia, un mensaje que aumentaría sus ventas, aumento que por otra parte deseaba. Imaginé plantearle que voceara el libro como la lucha de un gaucho contra la injusticia o algo parecido. El lector habrá adivinado ya, que no me atreví a tamaño despropósito.
Sin embargo hasta hace muy poco seguí pensando que el admirado Poema era cualquier cosa menos la Biblia Gaucha. Digo hasta hace poco porque el envío a un amigo de una grabación del Poema recitado y cantado me llevó a escucharlo nuevamente. Encontré, como siempre, algo nuevo y notablemente actual. En el canto donde Picardía cuenta la diatriba que le dedica el Comendante y la consiguiente averiguación sobre la identidad de su padre dice: Yo juré tener enmienda/ y lo conseguí de veras;/ puedo decir ande quiera/ que, si faltas he tenido,/ de todas me he corregido/ dende que supe quién era.              
El tan cercano hallazgo del nieto de Estela de Carlotto otorga una dimensión extraordinaria al pasaje. El dende que supe quien era se abisma no sólo en la cuestión de la identidad  sino también en el de la entidad. Pues sin identidad no era, no podía ser un hombre en plenitud y así luchar contra una sociedad injusta al igual que su padre. Carente de entidad participó de todas las inequidades que fomentaba esa sociedad: timaba con el juego a incautos y en colaboración con la Bruja se enriquecía robando las raciones de los soldados. Es decir participa de la moral de la oligarquía que oprime a Fierro, Cruz y sus hijos, moral que para Carlos Astrada es la del viejo Vizcacha.
Entonces: Tuve por fin una luz/ y supe con alegría/ que era el autor de mis días/ el guapo sargento Cruz. Su vida necesariamente cambia al adquirir una identidad, pues Picardía era el nombre de su vicio, obligándolo ahora a adoptar una ética, él, que al no tener ninguna fue arrastrado por la de Vizcacha. Ese era el mandato de su padre cuando …al morir me bendijo El que sabe ser güen hijo/ a los suyos se parece.
Hay una divisoria de aguas en ese descubrimiento, entablándose así una vívida relación con el presente. Los nietos recuperan su identidad gracias a la lucha de aquellas que, como Fierro, no aceptaron la injusticia de esa sociedad. Picardía, sin embargo, comprende dolorosamente que el mal nombre no se borra. A pesar de su redención, comparable a la de Fierro liberando a la Cautiva (Leopoldo Marechal dixit), hay una huella imborrable. Él, Fierro y sus hijos no pudieron torcer su destino y: Convinieron entre todos / en mudar allí de nombre. 
Fierro, sus hijos y el de Cruz son readmitidos en una sociedad que los había marginado, pero a condición de ser otros. Y en el caso de Picardía renunciando a una identidad recientemente adquirida. Por un breve tiempo él recupera entidad para luego perderla junto con sus compañeros de infortunio. El lector ya está recordando la declaración de Videla: No tiene entidad, no está. Verdaderamente todos dejan de ser.
La Argentina del siglo XXI se diferencia de la de 1880, no es novedad. En la década de 1970 la dictadura cívico-militar despojó de entidad a aquellos que se oponían a sus propósitos, confesándolo sin ambages en esa célebre conferencia de prensa el mismo dictador. Pero además, extienden esa infamia a sus hijos. Un siglo antes Fierro y Cruz sufrieron el mismo tormento. Pero los Desaparecidos de esa dictadura atroz recuperaron su entidad y sus hijos su identidad. Esta operación de memoria que protagonizó toda la sociedad es irreversible.
El Martín Fierro es un libro que según Borges puede ser todo para todos. Por ello podemos encontrar en él pasajes que Iluminan y revelan la realidad profunda de la Argentinidad. Así, considerando en un sentido más amplio la palabra gaucha, polemizaremos muy poco con el vendedor ambulante, si la llamamos la Biblia Argentina.

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